Cuando empecé hace 28 años en mi carrera como activista de derechos humanos, jamás imaginé a mi inocente edad, que encontraría la selva de personajes que he podido conocer a lo largo de estas casi 3 décadas de carrera.

Algo que se asume en automático es que es un trabajo hermoso, que es para defender causas loables, y lamentablemente no es así en el 100% de los casos.

He de decir que he conocido gente maravillosa, con la cual atesoro vivencias sensibles y que, como yo, hacen esto por amor a una causa, sin embargo, hay muchos monstruos que se esconden en la fachada del activismo, para dar rienda suelta a su narcisismo y agendas ocultas.

No es un secreto para nadie, que grandes compañías, partidos políticos, y entes importantes financian a activistas de derechos humanos, con tal de impulsar sus malsanos propósitos. Lo hacen de la manera más perversa, a través de sutiles formas de manipulación casi imposibles de percibir, buscando pasar totalmente inadvertidos.

En la política, a mi regreso en el área en el año 2020, me he topado con quizá la peor clase, los que llamo “Kardashians políticos” aquellos que solo hacen acto de presencia cuando un tópico es tendencia en twitter, o cuando están las cámaras encendidas listos para entrar en acción. Se toman fotos en sitios icónicos o con personajes relevantes, viven dando entrevistas, para luego presumir de ello y su “arduo trabajo”. Es una falta de respeto inmensa, para quienes sí hemos dedicado nuestra vida a ello y nos tomamos esto con la seriedad que merece, venderle a la gente una mentira que en determinado momento será insostenible.

Me he encontrado con Fundaciones, Centros y ONG´s que no existen pero que aun así figuran, valiéndose de amigos en grandes compañías como Twitter, Facebook o Wikipedia, llegan a posicionarse y tener cuentas verificadas, cosa que hace aún más grave el tema en mi opinión.

Es terriblemente ruin, valerse de la situación de un país, de una experiencia personal, condición o enfermedad para fingir preocupación y horas de estudio y trabajo sobre ese tema en cuestión para manipular, ganar notoriedad, ergo tener poder. La lista de gente que cabe aquí es lamentablemente larga y los medios han sido grandes responsables de su glorificación.

Aun así, decido quedarme con lo bueno y los buenos. Porque sé quiénes son, porque conozco de cerca su trabajo, y buscan la menor notoriedad posible. Dar entrevistas y tomarse fotos, no es activismo, las cosas hay que llamarlas por su nombre.  Podrá ser fama, notoriedad, popularidad, pero activismo no es.

Investiguen, averigüen y cerciórense muy bien, antes de aplaudir y seguirle los pasos a un activista. Hay en exceso fantoches listos con su mejor ángulo y las palabras anheladas por oír para hacer despliegue de sus oscuras intenciones.

Para ser activista de derechos humanos se tiene que ser una buena persona, porque es en exceso incoherente querer hacer el bien mientras dañas a otros, y eso pasa con muchos “activistas”. Anécdotas tengo miles, pero de las más perturbadoras, puedo compartir la del entonces joven llamado José, quien por meses se encargó de ser parte y arte de las mofas más salvajes, hirientes y crueles hacia mí, editando fotos, generando contenido para blogs, entre otras macabras actividades y ahora es un “gran activista” para la comunidad lgbt. Su excusa es que “era joven y no sabía lo que hacía”. Por supuesto al ser increpado por mí, antes de disculparse, llevó su puesta en escena a twitter para generar lástima e interacciones.

Por eso, pocos buenos, y con esos me quedo.

¡Hasta la próxima!

By:  Jennifer Barreto-Leyva  

CEO @politicaenfaldas & @politicsinskirtsAuthor | TV/radio host

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