Todos los años hay dos fechas muy particulares, donde de alguna forma el fruto de mi trabajo puedo palparlo. Los 8 de marzo, aunque no es una fecha para celebrar, siempre era arropada y reconocida en medios, colegas y mujeres de mi entorno, por las infinitas formas en que honro el ser mujer, así como a las mujeres a mi alrededor, y enaltezco con mi trabajo a esas 129 mujeres que murieron quemadas en el año 1908 en una fábrica de New York, defendiendo sus derechos y por mejores condiciones laborales, aunque entre desubicados de un lado y del otro, distorsionen a conveniencia la fecha y su narrativa. Hoy por hoy tengo derechos es gracias a todas esas mujeres que se arriesgaron décadas atrás, y sería demasiado malagradecida e insolente si no lo reconozco.
La otra fecha es en septiembre, en el mes de la hispanidad, donde he tenido el honor de encabezar año tras año las listas de las mujeres más relevantes y poderosas del mundo en medios anglos y de habla hispana. Siempre, sin importar ni preguntar mi posición política, estaba codo a codo con mujeres que de niña ni imaginaba conocer y que muchas de ellas son ahora colegas o amigas.
Pero todo cambió en el año 2020, y no fue solamente gracias al Covid-19, sino por mi regreso a la política, en un momento complicadísimo e histórico para el mundo.
Siempre fui de derecha, provida, católica de raíces judías, conservadora y republicana para los efectos de la política norteamericana. Siempre he sido lo que muestro, sin dobles discursos, transparente y vertical, en todo. Sin embargo, la política de mi época (año 1996) dio un dramático giro que nos trae a la conversación de hoy. Después de algunas muchas décadas, vuelve el debate del aborto, por ejemplo, y con un discurso trasnochado el feminismo se remonta en una quinta ola la cual no ha dejado a nadie indiferente, con agregados como los transgénero y sus “aliades” borrando de los espacios y silenciando a quienes nacimos mujeres, que no ha dado lugar un minuto para el descanso, puesto que apenas nos descuidamos, otro tópico más disparatado que el anterior se impone.
Con temor y cuidadoso andar, salí de la caja fuerte donde me mantuve por seguridad por casi tres décadas, hastiada de todo lo que veía, preocupada con la profunda falta de liderazgo femenino y con la imperiosa necesidad de actuar y ser factor de cambio. Me cansé de vivir durante 29 años autocensurada por temor a las agresiones que hoy vivo como parte de mi “normalidad”, por parte de las feministas y otros colectivos aliados, por no ser parte, no dejarme arrastrar y fijar posición. Si no eres parte o cuando menos aliada, la furia de quienes piden “tolerancia, diversidad e inclusión” se hace sentir, de una forma u otra.
Y fue así como pasé de la “heroína y ejemplo a seguir” a la persona que urge cancelar, a la que “decepcionó” a todos, esa de la que muchos ahora reniegan haber conocido y aún peor, reniegan de todas las oportunidades laborales y de exposición que me esforcé en procurar para todas por tres décadas. La prioridad, en muchas ocasiones solapada, es silenciarme e invisibilizarme a como dé lugar y todas las mujeres que estamos en el medio y/o en el mundo de la moda que hemos expuesto nuestra posición política, hemos padecido la misma amarga jornada.
El año 2020 marcó un año de muchas pérdidas para mí, y no hablo de solo las físicas gracias al virus made in China, sino porque además significó renunciar a todos esos reconocimientos públicos y privados, renunciar a una admiración y respetos que terminaron siendo falsos. Renuncié a todo el universo de cosas que pude haber ganado y aun así hay gente que se mofa diciendo que para quienes tomamos esta decisión es fácil. Renuncié a una carrera impecable de 29 años en el mundo de la moda y del entretenimiento, cambié mi mundo en 180 grados, dejando atrás toda una vida. Un camino bastante complicado y empedrado, que siempre caminé con integridad y frente en alto, sin renunciar a mis principios.
Como reza un meme que compartí hace poco en mis redes, no cuesta tomar decisiones cuando tus valores y principios están claros, sin embargo, confieso con la mano en el corazón, que a la fecha me sigue sorprendiendo como fui aislada y silenciada totalmente, por los medios tradicionales, colegas y por quienes integran la que es mi industria. Si tuviera que hacer todo de nuevo, lo haría exactamente igual, porque los principios y los valores no se negocian, sin embargo, tener la malicia y el cuidado que ahora tengo con la gente sí que fuera diferente, porque ser en exceso buena e ingenua ha sido siempre mi perpetuo error.
Estoy donde debo estar, y es en la política, dando la cara por la mujer, quien muy lamentablemente ha caído de forma estrepitosa en las garras de victimismos e ideologías que para nada podrán “empoderarla”, y el tiempo así lo dirá.
Lo que muchos ven, experimentan y comentan asombrados hoy, ha sido mi diario vivir por 29 años: cultura de la cancelación, las feministas imponiendo sus ideales, cambiando la narrativa, la falta de meritocracia y toda la larga lista de horrores que tanto denuncié y que finalmente el mundo presencia en primera persona.
Aquellos que tienen por costumbre voltear la mirada y pretender que nada pasa para jugar al despiste a sabiendas de están pasando cosas malas, el monstruo los alcanzará y se los devorará de igual forma, solo es cuestión de tiempo. El no actuar de forma íntegra en la vida, siempre se paga caro.
Cierro el llamado “mes de la mujer” con una mezcla de tristeza y decepción que supongo ya pasará, pero con la absoluta convicción de que las mujeres ahora más que nunca necesitamos de liderazgos y ejemplos fuertes, firmes y centradas como guías, en este momento donde los extremos hacen gala y peligrosamente terminarán encontrándose.
Sin daños a terceros y sin mirar atrás, mi historia debe continuar.
Seguimos…
By: Jennifer Barreto-Leyva
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