Salvador Ramos Jr. el monstruo de Uvalde, a pesar de ya no estar vivo, sigue sin dejar a nadie indiferente.
No conforme con el legado de horror que dejó tras su breve paso por el mundo (19 niños, dos maestros y un matrimonio, ambos padres de uno de los niños asesinados) sigue dejando en asombro a quienes conocen más de su historia.
Recientemente su madre pedía no lo juzgáramos, que él tenía sus razones para ejecutar esta masacre. Su padre asegura que ha debido matarlo a él, y que había notado comportamientos raros en su hijo, y mi gran pregunta es: ¿Dónde estaban estos padres?
Salvador Ramos Jr. mataba gatos y se paseaba con sus restos en bolsas como si fueran golosinas públicamente. Amenazaba con violar niñas y ejecutar secuestros cuando jugaba video juegos online.
Compró guantes de boxeo y practicaba con ellos en su hogar. Tenía trato abiertamente tenso y despreciable con su abuela, la primera víctima de esta estremecedora masacre, inclusive el padre en una reciente entrevista confesó al medio que su madre le comentó que, si Salvador hubiera tenido oportunidad, lo mataba.
Su madre, una mujer con presuntos antecedentes de consumo de drogas, justifica muchos de sus comportamientos inapropiados y extraños de su hijo, por haber sido acosado en la escuela. Su padre, una figura ausente en su crianza, poco hizo para intervenir en la vida de Salvador, sin embargo, insiste que era una buena persona. Sus compañeros de escuela lo describen como callado y de imagen intimidante y perturbadora.
Sin embargo, a pesar de ser una persona altamente empática, la historia de este posible psicópata integrado, me despierta cero emociones. Salvador es el producto de paternidad/maternidad irresponsable, de una ausente estructura familiar, de una salud mental precaria y no atendida. Todo se resume a lo que siempre repito: valores, familia y salud mental.
A todo lo ya descrito, debemos sumarle la indolencia de su entorno. Muchos vieron las señales que Salvador estuvo dando a lo largo de su corta vida y nadie hizo nada.
Nos convertimos en espectadores de tragedias y lo de humanos lo hemos ido dejando atrás. Ya normalizamos el horror en nuestras vidas. Absolutamente imperdonable.
Salvador se suma a la lista de personas como Aileen Wuornos o el pequeño Gabriel Fernández, que pudieron haber terminado diferente, pero a nadie les importó lo que les sucedía.
De esta historia se desprende un sinfín de lecciones, pero una de las más importantes y que se empieza a debatir nueva vez, es sobre la autodefensa.
El mal existe y jamás descansa. El hablar de esto en familia es vital. Romantizar el mundo y venderles a nuestros hijos que la vida es una hermosa película de Disney es hacerles un daño inmenso y que les puede costar la vida.
Debemos hablar sin tapujos, pero adecuado a su edad a los niños sobre estas problemáticas, enseñarlos a defenderse, a sobrevivir, a qué hacer en casos de emergencias. El mundo, aunque no nos guste, es un campo de batalla donde sobrevive el más fuerte, inteligente y hábil.
Hablarles claro y prepararlos para el mundo real, es el mejor legado junto al amor y los principios que usted le puede dejar a sus hijos.
Y si me lo preguntan, sí, soy una firme creyente de la legítima defensa. Es mi vida y la de mi familia primero y lo defenderé hasta mi último aliento.
Y por si no he sido suficientemente clara, los hijos no se traen al mundo con la primera persona con la que compartan lecho y por llenar expectativas sociales. Los hijos son deseados y se traen con la persona que verdaderamente amas, se procuran con amor, y se forman con amor, valores y principios, porque por increíble que parezca, no son juguetes que se compran y reemplazan. Son la responsabilidad más maravillosa que un hombre y una mujer podrán tener en conjunto bajo los ojos de Dios.
Los malos siempre serán malos, siempre estarán armados y estarán haciendo sus gestas mil pasos antes que nosotros y es entonces aquí donde usted, como siempre le digo, tendrá la última palabra.
¡Hasta la próxima!
By: Jennifer Barreto-Leyva
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