Uno de mis grandes anhelos, es que la mujer decida liberarse de tanta hojalata emocional que carga sobre sus hombros y entienda de una vez por todas, su poder, su grandeza y que no necesita coronas, ni jaurías enloquecidas de “fanáticos” aclamándola, para ella saberse lo bella que es. “Fanáticos” que aún sin haberla terminado de despellejar, ya tienen en lista de espera las próximas en lista a destruir “por su bien”.

Lo que iniciara en su momento como inocentes y hermosos concursos, se han convertido en un mundo de horror, que nadie me puede contar, porque lo viví en primera persona.

Entre las cosas más tristes, en especial en las Hispanas, es esa absurda necesidad de aprobación de un séquito de personas, que, a sus espaldas, y a veces hasta en su presencia, la destruyen “por su bien”, a punto de hasta arriesgar su vida con cirugías, trastornos alimenticios, abuso psicológico y pare usted de contar.

Alejándola, además, de su verdadera belleza, esa con la que nació y la que se cultiva a lo largo de los años.

Nunca se me olvidará esa conversación con mi abuela materna, un día que había decidido maquillarla. Le decía que iba a sacarle las cejas en chiste, porque las tenía ya totalmente blancas y no se le distinguían de su blanco rostro. Volteó a verme y tajante me dijo “Ni se te ocurra, así se enamoró tu abuelo de mí, así como soy, y así quiero seguir, hasta que Dios decida que nos vamos a encontrar

Mis ojos, que ya son grandes, por segundos quedaron gigantescos. Mi tez que ya es bastante blanca, casi era transparente, del bofetón con guante blanco que mi abuela me acababa de dar, porque en una frase, me lo dijo y enseñó todo.

Y es que fue de mis abuelas que aprendí eso de quererme tal y como era, con el paquete completo como dicen por ahí. En su época no había tantos artilugios para hacer mórfosis y engañar a todos, empezando a uno mismo, como ahora, pero, además, era una época muy distinta, con valores, donde sopesaban otras cosas. Las épocas de la comida hecha en casa, mientras que ahora vivimos la época de la comida en cajas, con una montaña de químicos y hecha en microondas, eso reflejado a cada aspecto de la vida.

Esa era una época, donde la gente creo que no tenía tiempo para conversaciones tan mediocres y fatuas sobre el aspecto de otro. La gente vivía ocupada en cosas y problemas reales, no bailando en Tik Tok ni viendo que filtro está de moda.

Manosearon la palabra empoderada entre otras tantas, y a toda mujer que use la palabra autoestima o ande en plan de domadora de circo ya la llaman así.

Disculpe usted, una mujer empoderada de verdad, no necesita artilugios, no duda de su belleza y potencial, no malgasta el tiempo en detallar si le viene mejor una cirugía nasal o tener unos pechos siliconeados y generosos. Y mucho menos necesita la opinión de terceros para validar su belleza y grandeza.

Conmigo suplico no la usen jamás. Soy una mujer poderosa, como lo somos todas, pero en lugar de sentarme a perder el tiempo llorando por lo que la sociedad y la moda de turno dice que no tengo o me sobra, prefiero agradecer a Dios por lo que soy, porque soy suficiente.

Pero esa soy yo. Cosas mías y nada más…

Creería uno que al transcurrir el tiempo y hacerse más crítico nuestro vivir, nos haría evolucionar hacía la inteligencia y el progreso. Sin embargo, veo un es un proceso destructivo que mientras más avanza me empieza a asustar.

Por lo pronto, agradezco a mis abuelas, donde quiera que estén, por enseñarme verdaderos valores y lecciones para toda la vida, con su ejemplo.

A mí, que me quieran como soy, como me quiero yo.

No necesito audiencias y mucho menos coronas de misóginos por excelencia, en certámenes tan desvirtuados, que hasta hombres que se perciben como mujeres, aceptan ya.

Yo tranquila, porque me quiero así, así como soy.

 

¡Hasta la próxima!

By: Jennifer Barreto-Leyva

 

CEO @politicaenfaldas & @politicsinskirtsAuthor | TV/radio host

Author avatar
Español