Hace algún tiempo, una pareja me confesó a motus propio, su nada usual estilo de vida. Demasiado intríngulis y espeso para exponerlo en este espacio.
El tema es que, en medio de la confesión, yo a todas estas sin mediar palabra en descrédito y por prudencia, la escuché a ella decir: “¿Ves, que no era mala como tu decías?” Yo que ya soy bastante blanca rayando en lo fosforescente, estaba casi transparente de la impresión.
¿Mala yo? ¿A santo de qué? El tiempo, siempre sabio, pronto me brindaría la respuesta…
Y es que resulta y acontece –como decían nuestras abuelas– que para quienes defendemos la familia en su diseño original, quienes enaltecemos la institución de la familia, quienes creemos en la constitución natural de las parejas (heterosexuales) somos malos, a ojos de muchos que defienden estilos de vida, digamos ortodoxos.
Pero también somos malos, si defendemos lo que a nuestros ojos es correcto, como por ejemplo cuando en la carta de la editora de un diario que dirigí por breve tiempo, hablé de lo hostil y vulgar que fue el trato de los medios y del mundo de la moda con la señora Melania Trump. Me gané el ataque de “dignidad” de dos colegas periodistas colombianas, quienes por cierto actuaron directamente como agentes provocadoras del caos, en las protestas en su tierra natal hace un par de años. ¿Casualidad? Ninguna.
De nazi ultraderechista no me bajaron. Y muy a pesar del mal rato, hoy después de la tormenta, celebro que me haya pasado. Lejos de hacerme feliz como muchos pudieran asumir, creo firmemente que me fortalecieron y prepararon, como lo han hecho los eventos de la vida para enfrentar otras situaciones que pudieran presentarse en la actualidad.
Y ¿por qué no incluir en el repertorio de las razones que me hacen “mala”, el hecho de ser una mujer radicalmente pro-vida? Cuando empezó la agenda abortista alrededor del mundo, de inmediato me pronuncié y avoqué a educarme para educar, para evitar que más bebés fueran asesinados, para evitar que más mujeres desgraciaran sus vidas, sus matrimonios y a medida que hacía más vocal mi postura, las mujeres que tenía a mi alrededor no hacían otra cosa que agredirme, despreciarme y cerrarme aún más de lo que ya me habían cerrado las puertas por su absurda inseguridad.
Llegaban a mis redes sociales a reírse, a denunciarme las publicaciones, inclusive mandaban a sus amigos de la comunidad LGBT+ a agredirme directamente.
Pero claro, yo soy “mala”.
Vivimos tiempos donde la falacia ad hominem es la herramienta predilecta para “convencer” y silenciar las voces que no conviene sean escuchadas. Donde la satanización de toda voz disidente y pensante es la norma, a la par del borreguismo descontrolado.
Tiempos estos, donde la valentía de unos será la esperanza para no dar todo por perdido.
Defienda sus principios y convicciones conservadoras cual mosquetero con escudo y mosquete incluido. Que le digan e inventen todo cuanto quieran, su tranquilidad y su conciencia además del futuro de los suyos es lo único que le debe importar.
Si por defender mis valores conservadores soy mala, entonces, sí ¡Soy mala!
Piénselo bien la próxima vez que escoja quedarse callado, puede que sea la última vez que pueda defenderse.
¡Hasta la próxima!
By: Jennifer Barreto-Leyva
CEO @politicaenfaldas & @politicsinskirtsAuthor | TV/radio host
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