Hace 100 años la mujer hace finalmente presencia, con voz y voto en la política en el mundo, y fue gracias a Susan B. Anthony y su incansable lucha que hoy las mujeres en el mundo podemos votar y somos parte activa como importante en la política. Susan recibió en el año 2020 el “pardon” póstumo a manos del ex-presidente Donald Trump.
Actualmente en el año 2021, hay mujeres congresistas, diputadas, presidentas, candidatas presidenciales, vice-presidentas, directoras de empresas y pare usted de contar. Con mucho esfuerzo y venciendo estigmas profundos en un mundo originalmente creado por hombres para hombres nos hemos labrado con pulso la presencia que tenemos en este ámbito.
Sin embargo, algo cambió dramáticamente cuando me inicié en el mundo de la política en el año 2002. Para aquel entonces, mi entorno, y quienes me iban conociendo me felicitaban por mi valentía y mis posturas claras y definidas a tan joven edad. No es lo mismo iniciarse en política con un partido y en democracia, a hacerlo en solitario en una naciente tiranía con apenas 19 años.
A mi regreso en el año 2020, había un elemento que no estaba en esta conversación años atrás: el feminismo moderno. Ahora entonces me felicitan por ser mujer y estar en la política, pero no gusta tanto mi presencia cuando rechazo de forma contundente todo cuanto venga de esta carnívora postura odiadora y nefasta que en nada me representa. Ahora exigen puestos, nunca hablan de ganárselos, ahora hablan de temas e historias que, si bien alguna vez estuvieron presentes, jamás son la piedra y obstáculo para que las mujeres no tengan presencia, voz y voto en la política. Son tantas cosas, un neolenguaje omnipresente, una agenda de género obligada, imposición, violencia y tantas otras cosas que llega uno a preguntarse en algún momento si vale la pena seguir, con tal monstruo en contra.
Y justo quizá por esto es que he decidido no solo quedarme sino hablar, porque somos muchas las que pensamos igual, solo que, bajo la estructura abusiva de estas posturas modernas, como consecuencia tenemos el miedo de muchas, con justa razón. Somos muchas voces, por suerte todas diferentes, todas importantes y merecedoras de ser escuchadas, aunque quienes dicen defender nuestros derechos se empeñen en silenciarnos.
Entre las falacias que se intenta colar en esta narrativa, está el que las mujeres somos discriminadas en Latinoamérica en la política, nada más falso que esto. De hecho, justamente en Latinoamérica es donde tenemos los porcentajes más altos de participación en la política. Y es justamente la mujer bajo el llamado “matriarcado político” quien influencia en el voto en el hogar, pero estas cosas no las dicen. La razón por la cual esos porcentajes no son aún más altos es porque la mujer se dedica al eterno resolver, trágico y agotador de Latinoamérica gracias a los malos gobiernos y sus pésimas políticas, amén de un gravísimo tema cultural que no podemos sacar de la ecuación, pero tampoco inflarlo, aplicarle resaltador y sonido. Ciertamente existe un tema sociocultural terrible en nuestros países, a la par de vestigios importantes de machismo, fatales elecciones de pareja, lo que conlleva a hogares rotos y el ciclo nunca deja de ser tal. Existe la paternidad irresponsable en un porcentaje terriblemente alto, embarazos precoces, falta de educación sexual, académica y ciudadana y un largo etc. que componen este problema y es algo que no podemos ni debemos disfrazar o minimizar. Y aunque moleste lo que diré, este problema lo causamos todos.
¿Existen aún problemas que superar? Ciertamente, pero jamás esta novela atroz y dramática que poco a poco, con apoyo de grandes instituciones como las Naciones Unidas se está colando e imponiendo.
Elegir con pinzas las noticias, narrativas y hechos es una prioridad ahora más que nunca. Y sepan disculpar, pero por ahora, y por siempre, esta es una novela a la cual no me pienso sumar.
¡Hasta la próxima!
By: Jennifer Barreto-Leyva
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