En el mes de octubre se celebra el mes mundial contra el bullying o acoso escolar, un horror que nadie debiera pasar, horror que viví en primera persona y que nadie puede venirme a contar.
Con el característico color azul de la causa, el mundo se arropa bajo una marea en clamor al unísono sobre esta problemática que lejos de disminuir crece y refina en sus perversas maneras con el transcurrir del tiempo.
Se han hecho mil campañas, con distintos enfoques, unas más sensibilizantes que otras, aunque la que se realizara en Canadá a principio de los años 2000 debo decir que ha sido la más relevante e impactante de todas, inclusive fue plagiada en otros países.
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Sin embargo, nada de esto ha servido.
Y digo esto muy responsablemente, porque a medida que fui haciéndome adulta, tomé las riendas del problema y comencé a estudiarlo desde su génesis. El bullying comienza en casa, aunque algunos el tema les salpique, resuene y moleste. Los niños vienen puros al mundo, sin maldad, sin saber de ninguna forma de violencia, y es en la convivencia con sus padres en sus primeros años de infancia que aprenden conductas lamentables como reprochables de ellos como el acoso o bullying.
Muchos normalizan diciendo que “antes se le podía llamar cualquier cosa a cualquier persona y no pasaba nada”, que pena, pero es tan grave como justificar crianza a punta de golpes. Es algo que no está bien y no se debe hacer.
Amén de que no hay –al menos en la región– protocolos para atacar este problema desde las escuelas, la tasa de suicidios gracias a esto va en franco aumento y no veo a nadie hacer nada.
Muy contradictorio aquellos que se suman a campañas para educar y concienciar sobre el bullying, pero unos minutos después, comentan en forma despectiva sobre la apariencia de alguien, o usan alguna característica física reforzando estigmas en forma de “humor” en sus plataformas digitales. Entonces, para los efectos, estamos hasta peor.
Las campañas no funcionan, solo sirven para llenar espacios en redes sociales, generar notas de prensa, y para branding barato de otros tantos. Es la verdad, aunque a algunos les indigne.
Los niños todos copian y asumen como propias conductas de los adultos a su alrededor, así mismo entienden y asumen que equis comportamiento está bien porque lo hace papá o mamá. Al no haber castigo, se cierra el círculo del aprendizaje en negativo del tema, lo cual le traerá evidentemente consecuencias de adulto. Al no conocer de consecuencias por sus acciones, se sentirá con el derecho de hacer lo que quiera y atropellar a quien sea. Total, no va a pasar nada.
Poco pueden hacer las escuelas y secretarías de educación, sin la colaboración y participación de los padres en este tema, tan doloroso que marca la vida para siempre de quienes lo hemos vivido.
Es imperativo criar niños con autoestimas sanas, que sepan sortear con inteligencia emocional las situaciones de la vida álgidas como esta, sin embargo, normalizarles la violencia y que deben ser absolutos témpanos de hielo, tampoco es sano.
Si usted como niño no tuvo buenos ejemplos, conviértase en uno, rompa la cadena de violencia, siempre hay oportunidad de ser mejor persona, de dejar las cosas mejor de cómo se encontraron, y cuando un tema roba vidas como este, ya deja de ser elección para convertirse en algo necesario e imperativo.
Convertirnos en lo que nos hirió y/o tanto criticamos no es una opción.
¡Hasta la próxima!
By: Jennifer Barreto-Leyva
CEO @politicaenfaldas & @politicsinskirtsAuthor | TV/radio host
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