Si bien es cierto que el tiempo que las mujeres han tenido en la política es bastante corto, también es cierto, que nos hemos sabido poner al día en un tiempo record, puesto que pasamos de tener prohibido votar, a 102 años después, ser presidentes, primeros ministros, directoras de importantes instituciones y pare usted de contar. Tan es así, que a la hora del voto la opinión de la mujer es determinante, según indican los estudios. Algunos le llaman matriarcado electoral, y no es otra cosa que la influencia femenina en la escogencia de los integrantes del hogar, en quien depositarán sus votos.

Desde que tuve interés en la política, casi desde niña, debo confesar que no tuve a nadie de referente, excepto por un cuarteto de mujeres que encajaban perfectamente en mi noción de lo que era este apasionante mundo: Margaret Thatcher, por su clase, fuerza, determinación y firmeza, así mismo la Reina Rania de Jordania por su discreción y clase, la  Jequesa de Catar Moza bint Nasser, por similares razones, amén de lo tremendamente valioso e importante que una mujer, tuviera tanto poder e influencia, en un país, cultura y región donde no solo la voz masculina es la única que se escucha, sino que, además, las mujeres valen poco menos que nada y finalmente Lady Diana De Gales, fue la personificación del amor y la entrega por las causas justas.  Hacer política no es pegar cuatro gritos en una plaza y mucho menos es un ejemplo a emular y lamentablemente es éste el modelo a seguir en nuestra muy golpeada y folclórica región.

 

Cuando regresé de mi “descanso” político, me encontré con un panorama aberrante, puesto que el feminismo se había apoderado de cada plataforma, espacio, programa, propuesta y discurso.   Esta cuarta ola no ha dejado a nadie indiferente por lo nefasto y grotesco de sus propuestas y formas. Y ¿Cómo no va a tener difusión? Si cuenta con el financiamiento, propaganda y beneplácito de organismos como la OEA, que finalmente se han despojado de su disfraz de equidad y ponderación para mostrar lo que siempre fueron.

Ya formalmente cuentan hasta con una lista de objetivos, lista que está dentro de la temida Agenda 2030, donde proponen, sugieren y casi obligan que así sea a punta de cumplir cuotas, pero que la mujer tiene que estar en todas partes, porque según ellos es garantía de equidad y democracia.

Justamente por todo lo previamente narrado, fue que creé Política en faldas y su versión anglo Politics in skirts, porque era necesario un espacio nuevo, sano, libre de feminismo, agendas macabras y ocultas, donde intereses y manos de dinosaurios estuvieran interviniendo.

A medida que ha transcurrido el tiempo, he ido confirmando lo que ya sabía por lógica y experiencia propia: es un grave error el pensar que se necesita de ideologías, condiciones especiales y agendas para que una mujer haga política. Nada más lejos de la verdad y nada más cerca de los vicios a los que tanto le huyo.

En Latinoamérica, el gran obstáculo para que la mujer pueda desarrollarse plenamente en la política ha sido justamente el tener la responsabilidad de cargar con el peso de dirigir la familia sola y lidiar con las tragedias diarias causadas por los pésimos gobernantes que consecutivamente hemos tenido en la región con las correspondientes ideologías, todas familias de los “ismos”. Y sí, hay que decirlo, arrastramos un bagaje de taras socioculturales terribles, que afectan y mucho en cada área, entre ellas, la conformación del hogar, y aquí volvemos a lo de siempre: valores, salud mental, madurez.

Para hacer política siendo mujer, no se necesita otra cosa que las ganas de hacerlo, prepararse y rodearse de un equipo que verdaderamente te apoye, guíe y asesore, en tus estrategias y conducción en la carrera.

Nada más contraproducente que el circunscribirse a ghettos, someterse a consideraciones especiales, tener un discurso victimista y pretender tratamientos excepcionales, cuando se aspira o al menos se pretende, a ser tratado como a todos los demás, y trabajar para todos, es incoherente, además.

Y si es su caso y aún no se atreve a romper el techo de cristal, cuando menos sepa mirar desde la distancia que otras lo hacen. Porque aquello de que “No hay peor enemigo de una mujer que otra mujer” se cumple a cabalidad en este mundo de tantos lobos disfrazados de oveja y exceso de “sororidad” de la más hueca y barata.

¡Hasta la próxima!

 

By: Jennifer Barreto-Leyva

 

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